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30 se ve por aquí, oh Jesús mío, que eres en la cruz el gran sacerdote que intercedes por tu pueblo (1); el abogado del géne ro humano, ante la justicia del eterno Padre. Sólo tú podías inventar una de- fensa tan divina. Sólo tú podías ven garte de tus ene:aigos con esta subli- me plegaria: Padre, perdónalos,que no sa- ben lo que hacen. Ya hemos visto la venganza que el di- vino Maestro ha tomado de sus enemi.- gos; ahora es indispensable aprender su lección y seguir sus enseñanzas. Hoy es día de perdonar y de ubtener el perdón de nuestras culpas, advirtiendo que con la medida que midiéremos, seremos medi dos. Por esto, ante esa imagen de Cristo crucificado, es preciso perdonar ahora de corazón todas las ofensas recibidas, para que Dios nos perdone nuestros pe- cados; porque El nos perdonará, como nosotros perdonemos á nuestros ofenso- res, ¿Quién no tiene algo que perdonar y algo de que ser perdonado? Hijos que (1) Heb. V. 7.

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