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á sus escarbecedores (1). David era un modelo de mansedumbre, y, viéndose objeto de odios inveterados, rogó á Dios que se abriera la tierra, y el infierno tra- gara vivos á sus perseguidores (2). ¿Por qué, pues, siendo Jesús hijo de David, no ha de hacer otro tanto? ¿Por qué no ha de pedir, como Elias, que llueva fuego del cielo sobre sus viles calumniadores? ¿Quién ha tenido jamás tanto derecho para hacerlo, ni tan poderosos motivos como El tiene? ¿Quién tan inocente co- mo Jesús? ¿Y quién tan horrorosamente calumniado? Contra El se han conjura- do todas las bajas pasiones de la tierra y todos los odios del infierno, derramados en el corazón de sus enemigos. La envi- dia rompió el fuego contra el Justo: la traición, la negra traición, lo puso en manos de sus enemigos: la hipocresía lo acusa, la perfidia lo juzga y la cobardía lo condena. Judas le vende,el Sanhedrin le insulta, Herodes lo escaraece, los ver dugos lo azotan, Pilatos lo condena ú 1 Id, 2. U. 2) Psl. LIV. 16. | | | | pooR
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