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A AER nuestro católico monarca; que no he ve- nido aquí por voluntad propia, sino que me ha traído la voluntad agena; y como soy por dicha mía hijo de obediencia, de- bía mostrarme obediente, sumiso y ren dido á las indicaciones de nuestro egre- gio Soberanu. Soy también, aunque in- digro, ministro de Jesucristo, predicador de su palabra divina,y como tal, era mi deber aprovechar la ocasión que tan pro- picia se me ofrecía de predicar á Cristo, y á Cristo crucificado, escándalo para los Judíos, locura para los gentiles, y salud, fortaleza, sabiduría y redención para los que en El creemos (1). Conste, pues, que á esta cátedra santa no he venido yo, por mí mismo; me han traído, por una parte, soberanas disposi- ciones; y por otra, el deseo de predicar á Jesucristo, signo de contradición para los sectarios de todos los siglos, blanco de horrendas persecuciones en nuestros días y objeto de odios satánicos para muchos de los que en medio de la culta Europa y en pleno siglo XX cubren la vergonzo- 1 I. Cor, 1. 2,
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