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— 112— mundo, y la espada dul rigor, señalando con su punta la parte en que están colo- cados los delitos de la humanidad, tiran. do hácia abajo con su enorme peso. Allí estaban los pecados de todas las gentes, formando inmensa mole de abominacio- nes espantosas, que gravitaban con peso infinito en la balanza divina. Una sola gota de la sangre de Jesús era suficiente por eu valor para borrar tanta iniqui- dad é inclinar la balanza de su lado: pero el amor de Cristo por una parte quería darla toda, para que nuestra re- dención fuera más copiosa; (1) y por otra la justicia del Padre pedía la muer- to de Justo, y la exigía con voz imperio- sa, diciéndole ul Hombre-Dios que sin la efusión de toda su sangre no había perdón. Sine sanguinis efusione no fit remissto. (2) Mira al suelo la víctima sacrosanta, mostrando el charco de sangre que hay al pié de la cruz; y la justicia divina le contesta: Más, más! Tiende su vista por (1) Ps.199, 7. (Q, Hebr. 1X, 923,

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