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—242— las criaturas, nunca caer’ sobre nuestras almas una gota de aquel raudal de gozo santo, que esta oculto en la pobreza de espiritu, en la abnegacion de si mismo y en el desapego de todo lo terreno por amor de Dios. jAh! ;Cudnta es nuestra des- ventura, al poner nuestro afecto en la vanidad del mundo! Recojemos basura, y despreciamos el oro: allegamos lodo, y dejamos las perlas, cuando el Sefior nos dice que al alma que lo ama, aun- que se encuentre desierta y abandonada de todos, la Ilenard de delicias y convertird su soledad en un vergel ameno dénde ¢l mismo habita. (1) Pero, si llegamos a gustar de las delicias del amor di- vino, entonces veremos con cuanta razon aquella alma enamarada de la belleza infinitay de la dig- nacion inefable de Dios, exclamaba y decia: T'rde- me: correremos tras el olor de tus ungiientos: nos alegraremos y regocijaremos en ti, acorddndonos de tu Corazon amoroso: porque los reclos y justos no pueden menos de amarte. (2) Y, gquién no bendice al amabilisimo Jesus, al ver con qué suavidad y dulzura va introduciendo i sus discipulos en esta era de dicha y alegria para las almas? Para animarlos 4 llevar su yugo, les dice que es suave: y cuando les ha enseiiado i desprenderse de todo afecto terreno y tomar (1) Isai, cap. 51. v. 3. (2) Cant. cap. 1. v. 3.
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