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—241— que, apenas la criatura corresponde al llamamien- to celestial, la enriquece Dios con nuevos favores con una complacencia y amistad inexplicables, de lo que la sabiduria eterna nos ha dado certeza, di- ciendo: Yo amo a los que me aman. (1) Y cuando el alma ha Ilegado & entrar en el afecto de todo un Dios, {qué le resta sino exclamar con el Pro- feta que en los cielos y en la tierra Dios es el duetio de su Corazon, su herencia y su todo. (2) jAh! Dios, al sacarnos de la nada, adornandonos de tantos dones de naturaleza y gracia, no tuvo otro fin que la manifestacion de su gloria y nues- tra propia felicidad, que consistia toda entera en amarlo a él, teniendo nuestras delicias en la ver- dad, en la justicia y en la santidad. Y como Je- sucristo es la verdad por esencia, la justicia eter- na y la santidad infinita, al llamar & los hombres cabe si, no tiene mas objeto, que restablecer la gloriade su Padre, que el primer hombre habia pretendido destruir, y devolver al mismo hom- bre la facilidad perdida, infundiéndole amor a la virtud y haciéndole dichoso aun en este valle de lagrimas, por donde va de viaje hicia el cielo. Mas, para encontrar esta alegria entre los ge- midos de los desterrados, es necesario amar a Dios: porque, si buscamos nuestra satisfaccion en (1) Prov cap. & v.17. (2) Psalm, 72. y. 25, 2s

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