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—103— do ésta, como un fuego ardiente, que no pudiera reprimirse. (1) - Era la piedad, la que movid las entratas de la misericordia de nuestro Dios para que nos viniese de lo alto el sol de justicia: (2) y asi como no po- dia aparecer entre nosotros sin que la misericor- dia lo precediese, como el heraldo que marcha de- lante de su soberano y proclama su Ilegada, asi no puede vivir en nuestra compania, sin ejercer perennemente su misericordia. Y bien claro esta, pues habiéndole dado el Padre la potestad de juz- gar, (3) determiné no descubrirse como juez de la humanidad hasta el filtimo dia del mundo, der- ramando hasta enténces sin cesar sus misericor- dias sobre todo el linaje humano; y quiso que a cada uno de los hombres se concediese todo el tiempo de la vida para pedir y obtener misericor- ~ dia, reservandese para si el momento de la muer- te para obrar como juez. Habra un solo hombre, que no pueda alcan- zar misericordia del Corazon de Jesus? Cuando nuestro primer padre quiso bajar de la cumbre de la gracia a la hondonada del pecado, cayé en mano de los Jadrones infernales, que lo despoja- ron de sus riquezas, y llendndolo de heridas, lo (1) Et factus est in corde meo ma: ignus exmtuans. Jerem. cap. 20. v. 9. (2) Luc. cap. 1. v, 78, (8) Joann, cap, 5. v, 22,

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