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=a nada mas que 4 una parte de aquel vastisimo continente que es Méjico, pudiéramos referir lo que decia Hernan Cortés al em- perador Carlos V.; pero este testimonio pudiera ser sospecho- so para los enemigos de la politica catdlica, y por lo tanto transcribirémos las palabras de un protestante ', que dice asi: ¢EL amor que los aztecas yzempoaleses tenian a Hernan Cortés, era tan grande, que cuando este capitan ilustre volvid de su viaje de Espaiia, fué recibido en triunfo por los indigenas y por los espaiioles, demostrandole todos el carifio que le tenian y la gratitud que le profesaban.» Pues bien: este amor a los monarcas fué creciendo en aquellos pueblos de tal manera , que llegé a rayar en delirio. 5 Quizas alguno podria objelarnos, que no es una prueba de eso lo que sucedié enlas Américas espafiolas, desde el afio diez de este siglo, cuando se levantaron contra la Espafia y procla- maron su independencia. Pero precisamente este acontecimien- to, que nos servira despues para confundir las aserciones ini- cuas que combatimos sobre la influencia de la Santa Sede en la politica sana de los reyes catélicos , es el que demuestra mejor que todo, cuanto era el afecto de los pueblos indigenas hacia los espaiioles y hacia sus reyes. Los hechos de los insurgentes son sabidos ya de todo el mundo; nos contraerémos a los de Méjico, advirtiendo que quien sabe estos , los sabe. todos. El desgraciado cura de Dolores, Hidalgo, no pudo procla- mar la guerra contra Espaiia, sino echando mano de dos me- dios: el de ir inventando mentiras y diciendo que Fernan- do Yil era un mito, y el de ir entrando 4 saco las casas de los espafioles , y mandando 4 los que le seguian que los degollasen. Hidalgo did nueva vida a dos ‘instintos fero- ces de los indigenas, cuales eran el matar 4 machete y el robar, Entraba en San Miguel el Grande, villa riquisima, y ‘Mr. Helps. vol. Il. cap. VI.

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