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tp sido, thas veces vencidas, y otras vencedoras, naturalmente nacieron los odios y las rivalidades , de donde por la naturale- za misma de las cosas tuvo que venir la decision de qué cada uno fuese en su nacion lo que pudiese ser, pero que, en la ajena no fuese sino un exlranjero, pero no un magistrado, ni un empleado, ni un justicia, ni un dignidad. Lo contrario era origen de envidias, de querellas, y podia ser causa de re- betiones, como se vid en nuestra Espaia bajo el reinado del nieto de Ja misma Dofia Isabel: pues los comuneros de Castilla lomaron por pretexto para su levantamiento, el que los flamen- cos ocupaban empleos en Espaiia, que solo debian ser desempe- fiados por espaiioles. Los Reyes Catdlicos previeron estos males, y con politica sabia determinaron alejarlos de sus reinos, y al efecto acudie- ron al Vicario dé Cristo, y en perfecta concordia con él, esta- blecieron que ningun extranjero ocupase sillas episcopales en sus dominios ; y que si alguno venia 4 ser prebendado de algu- na catedral 6 colegial, fuese hombre de vida probada, de cien- cia y de procederes concordes con la dignidad que debia tener. {Puede darse una politica mas sana, mas acertada, mas ra- cional , mas religiosa y mas nacional que esta? El protestantis- mo arroja negras sombras sobre esta politica ensalzada por todos, porque los Reyes Caldlicos le cerraron las puertas de Espafia con la instalacion del Tribunal de la Inquisicion que, prévia la autorizacion del Papa, establecieron en sus reinos, poco antes que empezasen los. tiempos calamilosos del lutera- nismo. Ese tribunal era para los nuevos hereges una atalaya, que los veia venir de léjos, y un atleta fuerte que les echaba mano y los sujetaba, tan pronto como ponian su planta enel reino caldlico. Asi, los Reyes Catélicos evitaron que penetrase en sus dominios el gérmen del mal: y miéntras en Espafia fueron condenadas al ultimo suplicio dos mil personas entre judios y mahomelanos y hereges, acusados de estar fomentando rebelio-