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a i = Pero al poco tiempo aparecié otra muger de triste memo- ria: celebrdése el matrimonio de Enrique, rey ya de Inglaterra, en mil quinienlos nueve, y estuvo yiviendo pacificamente con la hija de los Reyes Catdlicos, hasta que hacia el aflo de mil quinientos veinte ¥ seis empezé a frecuentar los salones del pa- lacio de Saint James la desenyuella Ana Bolena, que inflamé el corazon de Enrique con el fuego abrasador de wna pasion in- fame. Por demas esta el repetir cuanto ocurrié entonces: Cala- lina es desterrada a un palacio solitario : viles cortesanos de= claran nulo el matrimonio de la noble aragonesa con el rey Enrique: al poco aparece en cinta la imptdica cortesana, y en primero de Junio de mil quinientos treinla y tres, viviendo to- davia Catalina , celebra aquel-su matrimonio con Ana — con todo el esplendor de un monarca. ae Precisamente estas dos mugeres tuvieron dos hijas , que in “bian de ser muy célebres en sentido inverso, y habian de to- mar gran parle en los, asuntos religiosos, no ya como causas ocasionales , sino como eficientes en el triunfo que cada una de ellas pretendié conseguir ; una en el terreno de la- verdad, otra en el del error : estas mugeres son Maria, hija de Catalina de Aragon , é Isabel, hija de Ana Bolena, é hijas las dos de Enrique, legitima aquella, bastarda ésta. En punto a ideas religiosas y politicas , distaba mucho entre si la ascendencia de estas mugeres: Catalina , hija de Isabel de Castilla , contaba entre sus ascendientes no remotos a aquellos reyes piadosos 'y fieles observadores de los preceptos de la religion catdlicay celosos propagadores y defensores del catolicismo , 'y entre ellos a un Fernando tercero, gloria de la religion y de las armas, a un Alfonso, tan sabio para escribir y promulgar leyes, como cristiano verdadero para formarlas con arreglo a la doctrina de la Iglesia, y 4 todos los reyes de Espaiia, entre los cuales apé- nas sé encontraban dos , que no hubiesen rendido homenage de obediencia y respeto a los sucesores de San Pedro. No ca-