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a i.e wee Lo§ Reyes catdlicos Dota Isabel y i ae " _ Nadie extraie que dediquemos una seecion de este razona- mientoa los dos personages que encabezan la primera parte de él. Porque precisamente empieza en ellos la série de aquellos reyes gloriosos de Espaiia, que se opusieron como muro de ' broncea la invasion del protestantismo, y trabajaron por espa- cio de tres siglos, para impedir que esa secta de perdicion ex- tendiese sus limites fuera de las blancas arenas de la gran isla, donde adquirié mayor consistencia, y tuvo mas pujanza. Ade- mas fueron estos dos reyes la gran piedra de choque, con que ’ tropezé el protestantismo en su misma cuna, como que ellos eran los progenitores de aquella nobilisima princesa, que fué la augusta victima de las doctrinas que subvertieron el principio ‘de autoridad al principiar el siglo décimosexto. Aun despues _ de transcurridas tres centurias, el odio del protestantismo con- traesos reyes se traduce por las diatribas que algunos lanzan con ira, como lo hemos visto en el prologo de esta obra. Se ve, por tanto, que el odio contra ellos es tan profundo como invete- — » Es muy digno de nolarse que, en la preparacion y la con- sumacion del cisma protestante de Inglaterra, hicieron un pa- — pel muy principal Jas mugeres como causa ocasional. La pri- mera que se presenta en el escenario sanguinoso de la rebelion contra la autoridad divina de la Iglesia, es la inolvidable Doiia Catalina, hija de los Reyes Catélicos, casada en mil quinientos y dos con el principe Arturo, y viuda-de él & los pocos meses, y vuelta 4 casar con el hermano de aquel, el principe Enri- que de Gales, despues que se supo cierlamente que no habia quedado gravida de Arturo, y despues de obtenida del Papa la dispensa del impedimento dirimente de afinidad, e
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