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XVI han abandonado. las ideas que acerca de las verda- des religiosas fixa la revelacion, queriendo sujetar á la jurisdiccion de su débil entendimiento los miste= rios mas incomprehensibles. Añádese 4 este abuso la corrupcion del corazon, siempre inquieto y mal hallado con aquetias máxi- mas que le enseñan á velar sobre sus pasiones, y á tenerlas sujetas á las leyes dela moderación, y al buen órden que el Evangelio prescribe. Todo esto, y el mal exemplo con que dos Protestantes del siglo XVK sacudieron el yugo de la fe, constituyéndose cada uno juez árbitro en las controversias dogmáticas, adoptando ó desechando á su antojo los artículos de su creencia, conduxo al trastorno que hoy lloramos, y renovó los mas infames y torpes errores en que es- taba sumergido el mundo ántes quese promu:yase la ley de nuestro adorable Redentor. Y así ha sido ne- cesario en nuestros dias reproducir las sabias apolo- gías que los primeros Padres de la Iglesia hicieron en defensa de la religion; en las quales demostraron has- ta la misma evidencia que las verdades católicas son evidentemente creíbles. Nos, conociendo estos males y deseando su re- medio, encargamos á nuestros Sinodales, luego que entramos al gobierno de esta dilatada diócesi, el ze- lo y vigilancia para mantener en su pureza la doc-
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