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DiA TERCERO. 187 corrompe, ni las cosas tristes perturban, ni las ale- gres engañan. Aquel Dios á quien ni el orígen dió prin- cipio, ni el tiempo ha dado aumento, ni la muerte dará fin; porque está vivo siempre, y eternamente vive ántes de todos los siglos, en los siglos y por to- dos los siglos. Un: tal Dios es solo digno de una tal hostia, y de que le demos con ella perpetua alaban= za, eterna gloria, potestad suma, singular honor, per- petuo reyno é indefectible imperio. ¡O Sacerdotes! Sa- cerdotes del Señor , decidme: si tuvieramos estas con» sideraciones, ¿cómo nos preparariamos para celebrar? ¿Cómo celebrariamos? ¿Llegariamos al altar como en el dia llegamos? ¿Celebrariamos como en el dia cele- bramos? ¡Hasta dónde llega la insensibilidad de nues” tro corazon! ¡Hasta dónde la enormidad de nuestro pecado en injuriar á una hostia tan pura , y ofender á un Dios tan santo á quien se ofrece! ¿Pero con qué fin se ofrece? Procuraré decirlo. Pri- meramente, en reconocimiento del supremo dominio de Dios sobre nosotros y sobre todas las criaturas, y á su mayor honra, gloria, alabanza y beodicion. Porque él es nuestro verdadero Señor que nos sacó de la na- da, que nos mantiene con su adorable Providencia, y nosotros somos sus criaturas, sus siervos y hechuras de sus mangos, de quien dependemos, por quien vivi- mos, y en quien nos movemos. Este justo reconoci-
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