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RA un recibo que acredite nuestra fi delidad y correspondencia á la gracia y dones de Dios Pero al contrario, si nos hemos descuidado en esto, si presumien- do temerariamente hemos dejado para la hora de la muerte arreglar nuestra conciencia, y hacer todos los preparativos necesarios para tan terrible trance, nos encontra- remos como el deudor á quien sorprenden sus acreedores, exi- giéndole el pago de sus deudas en el momento en que él menos lo esperaba. Entonces pediremos á Dios tiempo, pero no nos será concedido; clamaremos pero Dios no escuchará nuestros ruegos, cumpliéndose tal vez en nosotros aquella amenaza de la Escritura: «Cuando de improviso os asalte la calamidad, dicé el Señor, y la 13 il o 1] l H o ? o