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a no tenemos sino tibieza, indife rencía y apatía miserable ¡Qué ceguedad tan funesta! ¡qué desvarío tan perjudicial! ¡Cui- darse tanto de lo que ha de aca- bar tan pronto, y no preocuparse de adquirir aquello de cuya pose- sión hemos de gozar eternamente! ¡Buscar con tanto trabajo y fatiga los bienes del mundo, y no que- rer hacer nada por conseguir las riquezas del cielo! ¡Tolerar mil sin- sabores y amarguras por alcan- zar las niñerías despreciables del mundo y rehusar padecer y sufrir por alcanzar el reino perdurable de la gloria! «Hijos de los hom bres, dice el Señor, ¿hasta cuándo seréis de estúpido corazón? ¿por qué amáis la vanidad y vais en pos de la mentira? No seamos, pues, nosotros del