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nuestro Divino Redentor, no y demos entrar en el dichoso reino del cielo sino es por medio de la cruz y del sufrimiento. La vida humana es como el no viciado del cielo; ¿como, pues, re husar las privaciones consiguien- tes á este noviciado, que debe ser tanto más rigoroso cuanto es más excelente el estado que para siem- pre hemos de abrazar? Sin embargo ¡cuán duro y amargo se nos haee el padecer! ¡con cuánta repugnancia aplica- mos á nuestros labios el cáliz de Ja tribulación! Por estó: nuestro dulcísimo Señor, como esforzado capitán, quiso ir delante de noso- tros en los sufrimientos y apurar hasta las heces el cáliz de las más terribles € inexplicables amargu- ras,
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