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393 modo que el caminante tiende su vista hacia el lugar de su morada donde espera descansar, y allí di- rige sus pasos, así también noso tros desde las profundidades de este valle de lágrimas demos una mirada al cielo nuestra dichosa patria, y allá dirijamos nuestros deseos y suspiros, mezclados con las lágrimas que hacen brotar de nuestros ojos las amargas aflic ciones de la vida; y al sentirnos punzados por las espinas que cru- zan las sendas por donde anda- mos, no nos acobardemos ni re trocedamos, sino que, levantando al cielo noblemente nuestra fren- te, pensemos en aquella dichosa mansión de la que están excluidos el llanto y el dolor, y en la que encontraremos la gloriosa rehabi litación, que trocará nuestras lá

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