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ie co á poco las hojas de los árboles en otoño. Con la misma vertigi- nosa rapidez con que este año ha desaparecido, llevándose consigo esperanzas, propósitos, empresas, lágrimas, tristezas y alegrías, pe- nas y satisfacciones, pecados y buenas obras; de este modo desa. parecerán también los años que nos restan de vida, dejándonos sólo, como rica herencia, el mé rito de la virtud y el consuelo pu rísimo de haberla practicado. Al terminar nuestra peregrinación en este mundo no nos alesraremos de haber allegado muchas rique- zas, ni de haber disfrutado hono- res y placeres, sino solamente de haber sido virtuosos, y de haber cumplido fielmente nuestros debe res. ¡A qué, pues, preocuparse con o

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