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e formado una idea que, apenas si nos causa temor y espanto. Te- memos el infierno y sólo pensar en él nos estremece por su espan- tosa eternidad, y ser una desgra- cia del todo irremediable; pero ' el purgatorio lo miramos sin miedo, nos parece muy tolerable y ni si- quiera nos causa horror la posibi: lidad de ser algún día sus mora- dores. Su mismo nombre parece contribuir á esto: el ser un lugar transitorio y la idea de que son terminables sus penas, nos quitan casi por completo el concepto de su terribilidad. Nos sucede en es- to lo que con el pecado venia, que lo menospreciamos porque no nos separa de Dios, ni nos condena á las penas del infierno, no obstante los gravísimos daños que nos acarrea. Es indudable

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