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> 293 locadas por la mano de Dios en aquella tierra de miserias, desde allí levantan su vista, como el Profeta, al monte santo de la glo- ria y como él exclaman: «¡Ay que mi destierro se ha prolonga- do!» Como el ciervo sediento de- sea la fuente cristalina que ha de apagar su sed, así aquellas almas desean a Dios que las ha de col- mar de felicidad; mas como se les retarda el cumplimiento de este deseo, languidecen de sed como Ismael en el desierto. Consideremos, pues, atenta- mente, cuán para temer son sufri- mientos tan maravillosos y penas tan extrañas. Punto II Á pesar de lo dicho, miramos el purgatorio con una cierta des- preocupación, ó tenemos de él

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