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—292— colía que experimentarían nues tros primeros padres, cuando, ar- rojados por Dios del paraíso ter- renal, y colocados cerca de este lugar para que trabajasen la tier- ra, dirigían su triste mirada hacia aquel jardín de delicias. ¡Cuán abundantes correrían las lágrimas al recordar la dicha y felicidad perdidas! ¡con qué ansia desearían volver á aquella dichosa mansión, donde conversaban familiarmente con su Dios! ¡cómo al verse ago- biados bajo el peso de tantos do- lores, y al sentirse punzados por las espinas que producía la tierra que el Señor maldijo, se acorda- rían de la malicia de su culpa y de la infelicidad en que “habían caído! Pues esto é incompara blemente más es lo que sufren las almas del purgatorio: co-
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