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mos con mayor solicitud á. nues- tro Señor? ¿no es, por ventura, en la época de grandes calamidades, ó al vernos cercados de peligro sas tentaciones? El temor de pér dernos nos hace acudir con pron titud á Dios; el miedo de caer en pecado nos impulsa á dirigirle fervientes plegarias Pues bien, para infundir en el alma este pro vechoso pavor, nada es tan eficaz como la frecuente consideración de las verdades de la fe, y, por consiguiente, nada aprovecha mas para orar con fervor, como la meditación. Por eso en las sagra- das Escrituras se nos encomienda tanto este ejercicio: Bienaventu radoel varón que de día y de no- che medita en la ley de Dios. Di chosos los que examinan cuida dosamente los testimonios del Señor.»
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