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> mo un Je naufragar, peligro que corrían « se acercaron á Jesucristo diciéndo- le: «Señor, -sálvanos que perece- mos.» De este modo acude á Dios pidiendo su ayuda aquel que con sidera en la meditación su grande fragilidad, las continuas asechan- zas de sus enemigos, y los lazos que, por todas partes, le tienden para perderle. Al mirarse casi al borde del precipicio de la conde- nación, y amenazado de ser en- vuelto por las olas tempestuosas de sus pasiones, grita desde el fondo de su alma ¡Señor, líbrame de los que me persiguen! ¡Oh Dios mío, atiende á mi socorro, acude, Señor, luego á ayudarme! ¿No es esto, en verdad, lo que, á todos nos sucede? ¿cuándo si no son más fervorosas nuestras ora- ciones? ¿en qué tiempo nos llega-
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