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cemos? ¿qué perseverancia tene- mos en nuestras súplicas? ¿con qué huínildad se las dirigimos? ¿qué fe y confianza las acompañan: ¡Oh cuántos motivos tenemos para confundirnos! ¿Qué viene á ser de ordinario nuestra oración,si no un enjambre de distracciones, las más de las veces voluntarias? ¡Cuán pronto nos cansamos de acudir á las puertas dela misericordia de Dios! Rubor causa el pensarlo. Si deseamos alcanzar algún bien ma- terial, no cesamos de interesar á todos los que pueden ayudarnos en esto, y no nos hartamos de di- rigir súplicas y memoriales, pero si pretendemos conseguir algún favor del cielo, nos parece dema- siado largo el tiempo que emplea- mos en pedirlo á Dios. ¡Oh mise- ria deplorable! Razón tuvo el
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