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als Y — 47 na hacia él los ojos.» Ella, pues, hace violencia al corazón de Dios y le obliga, en cierto modo, á concedernos lo que le pedimos; pero esta violencia le es muy agradable y hasta desea que se la hagamos, pues más quiere El dar nos bienes que nosotros recibirlos. Si tanta es, pues, la eficacia de la oración, si ella es el acueducto divino, por donde ha dispuesto Dios comunicarnos sus gracias, salta á la vista la extremada nece- sidad que todos tenemos de prac- ticarla. Es tanta, que sin ella nin- gún adulto puede salvarse; y esto, no sólo porque sin la oración no se alcanzan los socorros ordina- rios, sino principalmente por lo que enseña S. Agustín, esá. sa- ber: «Que el don de la perseve rancia nose consigue, sino es
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