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de aquella hermosa promesa, que Dios hizo por el profeta Zacarías con estas palabras: «En aquel día habrá una fuente abierta para la casa de David y los habitantes de Jerusalén, á fin de lavar las man. chas del pecador.» Porque ¿quién no ve en esta consoladora profe cía el anuncio feliz del sacramento de la Penitencia, que, cual fuente misteriosa, debía brotar en la Igle- sia católica para limpiar con sus aguas las manchas de los habi- tantes de esta nueva Jerusalén? Estas son también las aguas salu- dables del Jordán que limpian de la lepra del pecado á todos los que se sumergen en ellas. Conocía Jesucristo la extrema da flaqueza del hombre, y así in- ventó este medio para robustecer- le; entendía la facilidad con que
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