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7 tante hallarse plantados en la tier- ra feracísima de mi Iglesia. Temamos, pues, en extremo ser del número de estos árboles estériles, y ofrezcamos á nuestro Señor el fruto que tiene derecho á esperar de nosotros al habernos otorgado la dicha de nacer en el seno del cristianismo. Si prose- guimos en el abuso criminal de las gracias, mereceremos oir aque- llas palabras que Jesucristo, en son de amenaza, dirigía á las ciu dades ingratas que, después de haber escuchado su divina predi- cación y presenciado sus milagros estupendos, rehusaron convertir- se. ¡Ay de tí, Corozaín! ¡ay de tí, Betsaida! les decía, porque si en Tiro y en Sidón se hubieran he- cho los milagros y maravillas que se han obrado en vosotras, tiem
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