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—226— Semejantes á la higuera infruc tuosa de que habla el santo Evan gelio, á pesar de haber nacido en la tierra fértil del catolicismo y estar plantados junto á las cor. rientes de las aguas de la gracia, se nos pasa la vida sin dar otro fruto que hojas despreciables, pues tales merecen llamarse por su inutilidad é insuficiencia nuestras obras. Por lo cual podemos temer con fundamento proceda Dios contra nosotros como el dueño de la higuera estéril: «Córtala, di. jo aquel á su colono, ¿para qué ha de ocupar terreno en balde?» Así también dirá tal vez Dios á sus ángeles: cortad de mi Iglesia á esos cristianos inútiles y apáti- cos que, á fuer de árboles maldi. tos, no aciertan á dar fruto de virtudes y buenas obras, no obs:
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