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dt lacio del mun do sembrado de in- numerables encantos y mar: willas ¿Qué es la tierra sino un incompa- rable verjel prepar: ado por lam no de Dios para morada y recreo del hombre? Las flores que embe- llecen nuestros campos ¿no pare- cen, en verdad, sonrisas de nues- tro Padre celestial: El aire que re- frigera nuestros ardores ¿no se- meja suspiros que nuestro buen Dios nos envía desde la altura inaccesible del cielo? Los sazona- dos frutos, las doradas mieses ¿no son como riquísimos presentes de nuestro soberano Bienh 1echor; Los hombres, los animales y las plan- tas y todas las demás criaturas ¿qué otra cosa son sino siervos que nuestro Dios nos envía para rodearnos de cuidados y atencio nes; Tendamos la vista por to-

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