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seemos en el orden natural que no sea una piadosa dádiva de nuestro Dios? ¿Qué tiempo hay en la vida en el que dejemos de recibir algún beneficio? En el se no profundo de la nada estába- mos y allí nos buscaba nuestro buen Dios entre millares de cria: turas posibles, para dispensarnos con la existencia la más extraordi naria de las gracias. Conducidos por su mano bienhechora al cam. po de la vida, nos otorgó, como riquísimo presente, el cuerpo con todos sus sentidos y el alma con todas sus potencias; y con una bondad inconcebible nos conser- va, como un perpetuo beneficio, el ser que una vez nos dió. Ni pa- ró aquí su clemencia, pues, para nuestra habitación fabricó con sus manos divinas este magnífico pa:
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