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tamente, para que en nuestra al ma se despierte más y más el amor á su soberono Bienhechor. Pero ¿quién podrá calcular la mu- chedumbre de misericordias del Señor: Más fácil sería enumerar las estrellas del cielo y las arenas del mar, que contar exactamente los beneficios de que somos deu- dores á la liberalidad de nuestro buen Dios. Digamos, sin embargo, que ellos son incalculables en nú- mero incomprensibles por su mag- nitud é inefables por la dignación y bondad que suponen. ¿Qué es toda nuestra vida sino una tela tejida de beneficios? ¿Qué es el hombre sino una tierra so- bre la cual llueven continuamente los favores del cielo? ¿Qué ha y en nosotros que no sea una regalada merced de nuestro Dios? ¿Qué po-

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