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—183— nal, que introdujo el desorden en el alma y desvió sus facultades de su objeto natural. Desde entonces, arrancado el hombre del paraíso y colocado en este mundo, es co- mo planta exótica que, ó no da fruto, ó si da alguno, es degene- rado y mezquino. Por esto, en vez de amar expontáneamente á su Dios, Ó no le ama, ó le ama con amor lánguido y siempre im- perfecto. Deber nuestro es,y el más prin cipal, contrarrestar este pernicio- so efecto de la culpa, trabajar constantemente para que cada día sea nuestro amor á Dios más gran- de, más intenso y más puro y fer- voroso: Este debe ser el objeto de todas las prácticas piadosas y el fin de todos los ejercicios de per- fección: lograr' que el amor de

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