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—178— derramó, como menudo polvo de oro, todos estos refulgentes astros que tachonan nuestra anchurosa bóveda. La tierra, con la variedad incalculable de criaturas que sus- tenta, con sus montes y sus va- les, con sus ríos y sus fuentes, con sus aves y sus animales, con sus plantas y sus árboles, con su anchuroso mar, con sus dilatadas praderas, con sus vistosas flores y, finalmente, con sus encantado- ras bellezas, parece un nutrido co- ro de potentes voces, empleado de continuo en cantar las finezas del amor:de Dios á los hembres. ¿Y nó serán poderosas tantas voces á persuadirnos del tiernísi- mo amor que Dios nos tiene? ¿No bastarán á convencernos de esta verdad pruebas tan inequí vocas y testimonios tan eviden-
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