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—163— ron sus sienes; lós pies y las ma nos ya no se sienten desgarrar por las heridas de los clavos, y en una palabra, todos los miem bros de su santa Humanidad des cansan ya de las fatigas y traba- jos en que anduvieron ocupados durante la vida mortal del Reden tor. Sólo su divino Corazón no descansa; sólo este organo adora ble continúa en perpetua activi dad por nosotros. Vivo está su Corazón y palpitando de ternura por los hombres, no sólo en el cielo donde ejerce su Sacerdocio eterno, excusando á los pecado- res é intercediendo por ellos para con el Padre, sino también en el Santísimo Sacramento del altar, en donde habita real y verdadera- mente con nosotros, hecho prisio- nero voluntario por nuestro amor.
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