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toda la plenitud de la divinidad: por lo mismo, á El es debida toda idoración y vasallaje, no sólo de los hombres, sino de los princip dos del cielo: á su nombre se do- bia toda rodilla en los cielos en la tierra y en los infiernos; el Após- li tol afirma: «Que al introducir Diós ásu Primogénito en el mundo, mandó á los ángeles que le adóra- sen.» Todos estos respetos y ho. menajes son muy debidos á la Hu- manidad sacratísima de Jesucristo, por su unión hipostática con el Verbo, en virtud de la cual; la car ne del Redentor, sus miembros. y, en una palabra, toda su naturale Za, son verdaderamente carne, miembros y humanidad de Dios. Pues bien, en esa santa Humani dad lo más adorable es su sacra tísimo Corazón, el cual podemos
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