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lestiales, las pasiones se amorti guan, se anima el espíritu, se re- gocija el alma y se renueva todo nuestro ser. ¡Qué mucho que esto suceda así! ¿no está allí aquel di- vino Señor que con una mirada convirtió á S. Pedro, y cuya sola presencia trocaba los más escan dalosos pecadores? ¿No está allí el Verbo de Dios que es el cami: no, la verdad, la vida y la luz que ilumina á todo hombre que viene á este mundo! ¿No está realmente Jesucristo con toda su ardentísima caridad é infinita virtud? ¿Qué ex- traño es, pues, que produzca tan saludables resultados en el que dignamente lo recibe? ¿No es na- tural que al unirse Jesucristo con el alma, mediante la Eucaristía, cambie sus afectos, mude sus in- clinaciones y le haga participar