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An penosos sacrificios, los cuales re husaremos sino estamos animados de un generoso espíritu de morti ficación. El desempeño del propio oficio, y el ejercicio del respectivo ministerio, se hallan sembrados de dificultades que frecuentemente exigen el sacrificio del reposo, de la salud y, á las veces, hasta el de la propia vida, mas, ¿cómo podrá hacerse todo esto sin el auxilio eficaz de una sólida mor tificación? Además, las virtudes que en fuerza de nuestra profesión de cristianos estamos obligados á practicar, nos ponen con harta frecuencia en el doloroso trance de tener que ahogar sentimientos, contrariar afectos, vencer repug- nancias é ir contra la corriente de nuestro genio, carácter é inclina- ciones: y, ¿quién no vé cuán ne-

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