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rm A ó A aa —112— ción; y con el castigo y - peniten cia reducidlo á la debida servi- dumbre. Así vemos lo hacía el Apóstol San Pablo, según él mis mo lo testifica con estas palabras: Traigo siempre en mi cuerpo la mortificación de Cristo, á fin de de que la vida de Jesús se mani- fieste en.mi cuerpo. Sin embargo, ninguna cosa descuidamos tanto por lo regular como la mortificación. Se nos ha- "ce tan duro eso de contrariar nuestros gustos é inclinaciones, nos repugna tanto reprimir -los sentidos y tener á raya los vicio sos apetitos, que no es extraño descuidemos una tarea tan enojo- sa é ingrata. Por otra parte, los aires que respiramos no son los más á propósito para inclinarnos á la mortificación: la atmósfera que
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