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-—100 poco á poco acabando con los jebuseos que merodean todavía por la tierra de nuestro corazón. Con lo dicho fácilmente se de ja comprender la necesidad que te- nemos de este saludable ejercicio porque si tantas malas yerbas ve- mos brotar en nuestro corazon, ¿qué debemos hacer sino arrancar- las? Y si tan llenas de vigor y lo zanía están nuestras pasiones que llegan á enseñorearse del alma, ¿que otro recurso tenemos para evitar-esto sino debilitarlas con la mortificación? Con sobrado motivo puede afirmarse que sin este ejer- cicio, no sólo es imposible dar un paso en el camino de la santidad, pero ni aun llegar á ser mediana mente cristiano. No descuidemos, pues, la mortificación sino quere- moOs ser arrastrados por la cor bo. A ] AS Pta
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