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al alma infeliz que gime de verse en tan humillante cautiverio. De aquí aquel angustioso grito que se exha- laba del pecho del Apóstol de las gentes: Infelix homo, quis me li- berabit de corpore mortis hujus? ¡( )h que hombre tan infeliz soy yo! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Quejido lastimero que más de una vez se habrá escapa- do de nuestro corazón al vernos molestados por tantas y tan eno- Josas tentaciones, y sentirnos fati- gados por el cansancio que na: turalmente nos causa el insistente y continuo pelear con nuestros apetitos. Para remediar todos esos males nada más eficaz que la mortifica- ción cristiana: con ella apagamos los fuegos de las baterías de nues tros enemigos interiores, y vamos

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