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¿como pues no” temeremos ccn más razón, sabiendo que, no uno, sino muchos son los que cada día se traga el infierno? No es,pues, de extrañar que los santos, que en tan alto grado po- seían el espíritu de Dios, vivieran siempre preocupados y temerosos de su salvación. El Apóstol S Pablo, a pesar de haber sido ar- rebatado al tercer cielo, y no obs tante emplear sus fuerzas y gas tar toda su vida por la gloria de Dios y la propagación del Evan. gelio, temía mucho condenarse, según él mismo lo manifiesta en una de sus cartas con estas pala bras: «Castigo mi cuerpo y lo re- duzco á servidumbre, no sea que, mientras predico á otros, venga yo á ser reprobado» De San
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