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AxÑo 1784 67 confianza de V,, puede entregarlo en el torno. Va también esa preciosa estampa que me ha que- dado del Niño Dios para mi hermana, á quien, co- mo á mi venerado padre abuelo, dará V. mis ex- presiones. atar las manos de un poderoso amantísimo que la quieré in timar á sí. Si es humilde, sufrida, observante, recogida, re signada, y trata con frecuencia en el fondo de su corazón al Esposo divino, no hay que temer estas íntimas comunica- ciones, que igualmente que confortan desmayan; pues, ¿cómo ha de poder un pobrecillo corazón con tanto Dios? Cuánto martiriza ese reboso al que deseara que cupiera en él más y más Dios! pero esto que le aflige, la dilata, y como cabe más, más á su parecer la hace morir. Muérase y ame; que muerte de esta herida es vida; y qué vida! Dígale. V. que se dé to- da á esa pena y no piense en sus resultas. tún cuanto á la segunda cruz no es estraño que ame á V, y lo desee: no que su falta le sea sensible, aliéntela, esperán cela y dígale que nunca tendrá más Padre que á Dios, que ahora que ocupa á su teniente Fr. Diego. Que pelée con re solución contra esa pasión de ira, que fomenta su misma soledad y desamparo; pues como no tiene á dónde volverse para su consuelo y guía, se desazona. Pero dígale V. que no es razón salpique con su mal humor á la que ninguna culpa tiene, que ocupe á V. su ministerio.» Su profunda humildad ocultó cuanto pudo los favores extraordinarios que Dios le hizo y que corrían pareja con los grandes trabajos interiores que sufrió largos años. Esto no obstante veamos cómo de cuando en cuando resplande- cía para ella el sol divino de la gracia. Orando en cierta oca- sión en el coro se lamentaba con su dulcísimo esposo de verse cercada de tan densas nieblas y en una soledad asom brosa, que harto da que sufrir al alma, como dice Sta. Tere sa, y que es difícil pueda comprender bien quien no haya pasado por el áspero desierto de la noche oscura de que nos habla S. Juan de la Cruz. Herida por el fuego del más dul ce y casto de los amores y desasida de las cosas del mundo, buscaba con calenturiento afan á su Dios y Señor, centro de todas sus apiraciones, y mientras más empeño ponía en en- contrarlo más parece que de ella huía. Clamaba al cielo y se mostraba de bronce, la tierra y las criaturas le hastiaban y daban en rostro, sentía sed abrasadora, desfallecía de amor,
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