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Ps pen Cee a O A > 510 CARTAS DEL BrEaTo DIEGO amargas, y qué sé yo si diga, que nada provechosas; porque me quitan enteramente aquella confianza y franqueza con que pudiere exponerle algunos repa- ros no despreciables que sobre este particular me ocurren. Permítame V. que le apunte solo este, por- que es entre los demás el que hace mayor sensación y el que de resultas de esa respuesta de mi prelado, me tiene con cuidado y desconsuelo. He callado y ocultado á mis superiores (1) que mi director es de fuera de la Orden y ésta no ha te- nido ocasión ó motivo para preguntarlo, y me temo que si llega este caso se producirán con algún dis- gusto hácia mí. No es posible que á V. se le oculte este prudentísi- mo reparo y aunque yo no soy capaz ni debo dar á V. consejo, quisiera no obstante que no despertáse- mos al que duerme. Por otra parte yo tengo aquí tanta ó mayor proporción para la abstracción y re- tiro que en los conventos. Déme V. las reglas que debo observar para proporcionarme á la gracia á 1) Esto es á mis superiores actuales. La razón principal porque lo ocultó es la siguiente. Un buen número de religio- sos de la Provincia, sabedores de la poca benevolencia del P. Alcover para con el Bto. veían con muy malos ojos que lo dirigiera. Uno de estos era el P. Juan Bta. de Cabra, Pro- vincial en 1799, hombre de recto juicio y admirador de las prendas excepcionales del gran apóstol de Andalucía que por respeto á sus virtudes no quería contradecirlo; no obs tante esta benevolencia y cariño estuvo á punto de mandar- le que lo dejara de director y se opuso resueltamente á que siguiera su dictamen como podrá verse en la carta 7 de Fe- brero de 1800 entre otras más que no citamos. Como el Bto. Diego sabía á ciencia cierta que su direc- tor espiritual debía ser el P. Alcover, cumplía como bueno descubriéndole su corazón con el candor de un niño, si- guiendo su dictamen, á veces duro, y viéndose en apurados trances con sus exigencias irritantes,