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Año 1797 441 salía á un despeñadero mucho más profundo que el del lado contrario y que terminaba en unos valles ásperos, por donde corría aquel río, y como que á lo lejos parecía obscuro. Al lado izquierdo de esta ventana 0 pequeña puerta, estaba una gradilla de madera angosta y de dos gradas como de medio palmo de fondo y con algún declive, la que con su: ma facilidad se movía al tocarla, y no tenía otra seguridad que las cuerdas con que estaba bien atadu á un pequeño terrado descubierto que daba entrada á aquel grande edificio, Era necesario, dar ó subir tres escaleras, las dos, peligrosísimas de las gradi- llas y el tercero al suelo firme del terrado; éstas era imposible subirlas sin un milagro manifiesto, pero viendo me llamaba de aquel terrado otro religioso sapuchino, y otra persona que no podía distinguir, temeroso del peligro, determiné dejar el peso que llevaba sobre los hombros, porque con él, no subi- xa y para ello volví dentro, y me senté en el suelo y haciendo diligencias de deponer la carga, me pa- reció ésta como un gran saco á la manera de arena y tanta mi debilidad para deponerlo; que carecía de fuerzas para ello, hasta que no sé quién me ayudó, y creo que al fin lo. depuse. Volví á la pequeña puerta ya dicha, para subir y á este tiempo desperté, llamada toda la atención al sueño. En lo profundo del despeñadero se veían por el lado de la dicha grada, muchos cadáveres de personas que al subir por ellas, habían resbalado, y dado en aquel horri- ble precipicio. Ya sé que no debo investigar el sig nificado de estas cosas; mas no puedo separar de mí la necesaria preparación de morir por medio de la deposición de aquel gravísimo peso de las culpas, que sia la divina gracia es imposible y que la muer- te, Ó el paso á la eternidad es tan temible. cuanto que sólo el que consigue d+ Dios auxilio final es el
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