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Año 1795 415 Sevilla; más ya, bendito Dios, se han cerrado las llagas, se han desvanecido las hinchazones y ade- mág han cesado los dolores que fueron intensísimos y no ha repetido la erisipela que en León me aco- metió (1). Ei alma es la que viene enfermísima, hidrópica de sus pasiones, paralítica de tibieza y lazarina de sus miserias; siempre insensible é indevota y disi- pada. Ya ha desaparecido en ella aquel poquito de seguridad (no acierto á explicarme de otro modo), que ha tenido durante las misiones, de que su in- tención era recta, de que deseaba agradar á Dios, sin otro objeto en cuanto hacía ó padecía que su mayor gloria, el bien de las almasy llenar en todo su santísima voluntad unida la suya á la de Nuestro Señor Jesucristo. Ha desaparecido también una cierta esperanza casi palpable, que advertía en lo más profundo de ella, sobre el logro de su salva. ción, y en su lugar se ha sustituido la oscuridad y vna clara incertidumbre, que sin desconfiar, da bas- tante que temer. Todo lo pasado en las misiones se representa como sin substancia, vacío, y sin aquel lleno que debe tener delante de Dios: inútil. vano, y no sólo perdido, sino lleno además de un sinnú mero de faltas que le hacen merecedora de los más duros castigos en la otra vida. Veo unos levísimos trabajos remunerados con los alivios que á porfía me proporcionaba la piedad de los fieles y la ex- (1) Graudísimos debieron ser los dolores y trabajos pa decidos por el sabio misionero en esta excursión, cuando á pesar de su amor á la cruz de no quejarse nunca de sus males y aminorarlos cuanto podía, dice ahora que «los dolo. res fueron intensísimos». Realmente. cayó en la cama ani quilado como árbol corpulento que se derrumba, quedándo- le achaques de que no pudo verse libre en todos los días de su preciosa vida,

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