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414 Cartas DEL Bearo DrieGO ñana al Clero en la santa Iglesia Catedral y por la tarde al pueblo en la piaza. La predicación en Salamanca fué bastante fuer- te y con ardor, que alguna vez se comunicaba al in- terior ó participaba del bien que por lo común nun- ca ha estado sin su acostumbrada sequedad y du- reza. Los efectos en los oyentes parece que eran de convencimiento y de admiración, particularmente en los sabios, que en crecido número concurrían de toda clase, Hablé no poco sobre doctrina y puntos de nuestra santa Fé; (en que parece había mucha corrupción) y fué Dios servido que algo se reme- diase, según que después me lo han asegurado. ¡Sea Dios bendito! La Universidad no pidió pláticas, no obstante que todos los señores la deseaban; el mo- tivo lo ignoramos. No sería voluntad de Dios; en particular nada he sabido, sólo sí que la conmoción del pueblo fué extraordinaria y grande, singular- mente en la última tarde, jueves de la semana de Espíritu Santo. Por ese tiempo habían tomado ya algún au- mento mis malecillos, y singularmente el de las en- trañas y de los nervios; pero mucho más la falta de fuerzas; tanto, que en cada sermón me temía el no poder acabarlo. En el camino, que hicimos con al- guna aceleración por esta causa, se continuaron en iguales términos, de tal suerte, que las tres últimas jornadas las hice montado en un borriquillo la ma- yor parte. En ellos me parece que tuve algo de ca- lentura, que se repitió en los tres días que me estu: ye en Sevilla, y en los tres que gasté de allí acá, y en los dos que le siguieron. Ya, gracias á Dios, estoy libre de ella; y en lo demás, sigo algo aliviado, me- nos de la convulsión y del destemple de la cabeza. Los piés y las piernas han padecido mucho en estos últimos viajes desde Oviedo hasta Salamanca y

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