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! » | E OS as A E A 412 Cartas DeL Beato DreGo En todas partes he hablado con ardor y esfuerzo contra las malas doctrinas del día, confutándolas cuanto he podido, ó Dios me ha dado, y exhortando eficazmente al remedio de las actuales culpas y ne- cesidades, contrayéndome á la presente guerra, su causa y su remedio. Pero me parece, P. mío, que lo helado de mi corazón, impide mucho para el fruto «petecido. Me dicen que se hace alguno, mas no aparece, Dios nos mire con misericordia, y á mí me perdo- ne. Es indecible lo que cunde la mala doctrina y el deplorable estado en que se hallan los pueblos, sin excluir aun las pequeñas aldeas. Esto me tiene con- tristadísimo y sobresaltado y cuidadoso, temiendo si nos apartará Dios de sí y de su santa Iglesia. Es mucho lo que se ha propagado la cizaña (1). Mi interior no se halla tan disipado ni perdido por la bondad de Dios. No deja de ser el que es, negligente, inmortificado y lleno de amor propio. Pero el Señor se digna darme una intención recta, un cuidado continuo de dirigirle y hacer que su gloria y honra cuanto hago, y cuanto se padece de penalidad en los caminos, con las lluvias, fríos y otras pequeñas é inevitables molestias; y deseo pa- decer con gusto, ó me alegro de sentir, y que me sean penosas estas penalidades, que procuro unir con las de nuestro Redentor y ofrecérselas por los propios fines que padeció las suyas. (1) Los temores del celebérrimo Capuchino no carecían dé fundamento, como la historia nos viene enseñando y esta- mos viendo. Ni parece aventurado decir que si Dios no lo remedia, y para remediarlo necesitamos hucer algo que no hacemos, y por lo tanto, es lógico pensar que no lo remedia- rá, más tarde ó más temprano y siempre en plazo relativa: mente corto, nos apartará de sí y de su Iglesia como dice nuestro Beato.

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