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no. ¡Dios mío! que voy á hacer en el cielo tanto tiempo ocioso? Pudo, sí, pudo contarnos con muy poco trabajo los secretos de su alma, »y las ar- mas poderosas que esgrimió contra el común ene- migo para salir triunfante de tantos y tan furio- sos embistes como en vida le dió. Y sin embar- go, habla tan vagamente de él, narra con tanta frial- dad y poco entusiasmo los episodios gloriosos de su vida admirable, que nadie diría al leerlos, que aque- lla es la más grandiosa figura del siglo XVIII. A raiz de muertoel Bto. rogaron los Padres de la Provincia de Andalucía al Sr. Alcover escribiera la Vida de su dirigido, creyendo y con razón, que lo haría á las mil maravillas. Concluyóla en 1803; pero al verla los Padres tan mal zurcida y que aquel no era el fiel retrato del Bto. Diego, no quedaron complacidos (pues entre otros defectos tiene el de truncar é interpolar algunas palabras) y el Sr. Alcover se negó á publicarla sin dar expli- caciones. ¡Qué otra hubiera sido, si la hubiese escrito el P. González! Opinión extraña. Poseía el Sr. Alcover tuantiosos bienes y goza- ba de píngiles rentas, que distribuía con plausible largueza entre los menesterosos, ó desheredados como ahora se dice. Antes de morir, instituyó varias mandas piadosas, agravando sus fincas con censos para que siempre se cumplieran, co- mo consta de varias cláusulas de su testamento. A pesar de las vicisitudes de los tiempos, aun que- da hoy la que fundó en la Colegiata, para que se celebrase con el esplendor posible la misa de Re-
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