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100 CARTAS DEL BEaTro DIEGO Dios se lo remunere con eternos premios. El agua- cero que sobre mí envía V. en su carta, me lo esta- ba yo esperando, pues á la verdad, le sobran los motivos para ello. No obstante, veré si puedo satis- facerle, sin más estudio que pedir á Dios me dé su luz para hacerlo. Dice V. que mis cartas son superficiales, que pa- recen como por fuerza: y lo funda en la que le escri- bí desde Sevilla, avisándole mi viaje á Zaragoza, sin decirle la causa, el fin y el rumbo de su cami- no «., y saca por ilación que manifiesto mis cosas, no para pedirle consejo, sino aprobación d. Yo me persuado que si V. reflexionase un poco sobre lo abrumado que siempre estoy de papeles, asuntos y cuidados, el poco tiempo que tengo y el mucho que en todas partes me falta para darles despacho, no extrañaría lo conciso de mis cartas. Yo no encuentro arbitrio para eximirme, ni aun para hurtarle un rato al tropel de tantas cosas como me cercan: soy tardo de potencias para darles expedien- te; se alcanzan ó por mejor decir, se atropellan, se aglomeran unos sobre otros los asuntos, y todos pi- den ó quieren pronto despacho; ¿qué tiempo puedo yo tener para escribir con la prolijidad que V. ape- tece? Las cosas de mi interior las digo exactísima- mente, manifestándole mi horrible disipación, olvi- do de Dios y abandono de mí: no conozco tenga otra cosa que decir; y cuando la hay procuro no ca- llarla, como lo tiene V. experimentado. La carta de Seyilla la escribí con suma prisa, porque el viaje se dispuso en pocas horas, como ordinariamente suce- de y apenas me dejó tiempo para ponerle á usted aquellas cuatro letras. : Es verdad que de mis viajes, destinos «., no le pido á V. consejos; sí sólo su bendición para ello:

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