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Sevilla Noviembre 18 de 1778. Mi muy amado hijo y amigo en el amabilísimo Dios. Déme este Señor luz para conocerme y penetrar el fondo de ese ruín y apocado corazón. La de 14 que deseaba recibí. y, como todas, me ha- ce más visible de loque puedo desear las abultadas im- perfecciones de tu desconfiado, mucho más! interesado y desagradecido espíritu. Dices muy - bien. Sé; sí! Tu propio amor quiere tomar, y efectivamente ha tomado en esa Misión, (¿y en cuál mó?) su parte, ya se ve que ro- bada á la sola gloria de Dios y bien de los prójimos, de quien todo debe ser, y á cuyo altísimo fin debes orde- narte y ordenar, olvidado de tí, desatendido tu querer, tus deseos, tu honra, tu salud, tu vida, y aun tu alma y salvación, cuanto hicieses. ¿Y lo has hecho así? Di- galo el sermón del día de todos los Santos. Válgame Dios, Fr. Diego! Hijo, después de tan frecuentes, diarias, y aun sí cabe decirlo así, constantes experiencias de: quien es para tí, por solo ser quien es, el Señor, ¿te azoras, te angustias y temes que no has pre- dicado del asunto? Por quién ibas á predicar? qué hon- ras ibas á pretender? qué bien deseabas? Sí la sola honra de Dios y bien de tu prógimo, fuistes muy infiel, desconfiado y desagradecido; pues quien solo esa se pro- pone, debe creer, debe esperar, y como recibido, agradecer el beneficio de la divina iluminación, y eficaz, podero- sa virtud de la palabra no suya. Síguese que tu temor era efecto de tu propi amor, que como vanisimo que es, sentía exponerse por la primzra vez a! público de una

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